jueves, 13 de noviembre de 2008

Lejos de mis hijos





Había soñado incontables veces con ese momento. La luna de miel, Hawai, J y yo al fin solos. Noches de sueño interrumpido. De hecho, y allí, los extraños pasajeros con los que llegaba a entablar conversación me afirmaban: debe haber sido muy duro separarte de tus hijitos. Y yo reía. ¿ La verdad?, respondía siempre, es que para nada. Me había sido facilísimo. Cero culpas. Cero angustias. Pero al séptimo día y luego de ser testigo de cómo verdaderos estoicos padres extranjeros sacrificaban sus vacaciones al llevar consigo a toda su prole ... en el absoluto colmo de los casos niños recién nacidos o familia al estilo de los von trap... me cayó la culpabilidad. Osea yo quejándome de mis retoñitos y necesitando un tiempo fuera mientras cientos de padres con las mismas necesidades que yo, cargaban maletas, pañales, biberones, muñecos y toda la parafernalia infantial a sus días de playa y sol. Osea, me partía la cabeza pensando, ¿dónde quedó el concepto de relajo? ¿ Dónde el amor propio? ¿Una minuncia de egoismo personal? Cero señoras y señores. !Los niños estaban en todos lados! En sus cochecitos y en los bares. En sus coches y al lado de la piscina, en los brazos de sus padres, en todos los aeropuertos y aviones, en el mar, en el cuarto del vecino. Coño, malditos gringos.

Una vez presa del pensamiento si ellos pueden yo también puedo, me imaginaba en Hawai con mis pequeñines, riendo en la playa, viendo estrellas fugaces, contando los colores del arco iris... Sí lo hacía pero solo unos minutos para luego estrellarme contra la cruel realidad y darme cuenta que soy una nanadependiente total. O peor aún, una completa egoista. Porque de ninguna manera cambiaría mi enorme comodidad y felicidad por esos momentos kodak. Hay tiempo para todos y yo también necesitaba mi tiempo.

Aún así, al séptimo día y escuchando Hotel California en Chicago´s Pizza en Maui, mientras miraba como una pareja cenaba en compañía de su neonato, recordé la viva imagen de mis críos y lloré. Porque los extrañaba. Ni que fuera inhumana.

sábado, 4 de octubre de 2008

El bosque de las hadas





Mi novio, J, nació y se crió en un lugar mágico. Cuenta que de niño fue jugador de futbol, cazador de lagartijas, nadador olímpico, atleta, pandillero, marinero, aventurero y todo en ese lugar. En ese mismo lugar caminamos la primera noche que nos conocimos y casi nos damos la mano. Allí me voy a casar.

Hoy fuimos a jugar a ese parque gigante, amarillo, lleno de vida. Llevamos a H. H corrió, rodó, cruzó acequias, vio como un barco de hoja navegaba por el agua, trepó colinas y rio. Mientras lo veíamos sortear obstáculos (árboles) o soplar dientes de león, J sabiamente me dijo: las diversiones de un parque, para un niño son infinitas. Y eso no fue todo: cuando descubrimos sus posibilidades sin fin, nosotros regresamos a la edad de H. Nos trepamos en la campana, demostramos habilidades en el pasamanos, posamos juntos para la eternidad del papel fotográfico sobre unas llantas. Fuimos otra vez niños. Recogimos los recuerdos almacenados en nuestra memoria, los despertamos y regresamos a esa edad en la que todo es una posibilidad, donde no hay reglas ni límites. Donde la libertad se traduce en correr sin parar, donde todavía no miras hacia adelante, y hacia atrás solo encuentras un poco de magia.

Ese parque es especial. Imagino que mis hjijos ya contarán y escribirán su propia historia en esos árboles. En ese césped.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Mis hijos



H tiene más de 300 carritos.Alguna vez los he contado. A, una muñeca. Gigante. Todavía en caja. H dice que cuando sea grande se irá a la Luna en un cohete rojo y te voy a llevar mamá, ¿ya? A, con sus ojotes, dice muchas cosas. H tiene el pelo largo pero ya está listo para cortárselo. Me resisto a raparlo. A tiene pelo en toda su sábana. ¿Qué saldrá cuando caiga? H tiene un diente roto. A, encías rojitas que veo en su máximo esplendor cuando grita. H duerme aún con pañal. A tiene marcas en sus piernas gordas por el pañal. H todas las noches me llama. A hace algunas noches paró de llorar. H piensa ser corredor de autos. A ni por casualidad. H tiene un mememe. A, un conejo rosado que la calma. H siente miedo. A todavía sigue purita. H es el número 1. A no tiene número. A H lo trajeron las estrellas. A A el amor puro. H y A son infinitos. Lo que siento por ellos, también.

jueves, 4 de septiembre de 2008

3G


El otro dia salí en la televisión. Me invitaron para hablar sobre mamás jóvenes que trabajan. Cuando llegue al canal me di con la sorpresa que las demás invitadas estaban más cerca de los 30 que de los 20. Nunca tan jóvenes, creo. De hecho es un tema generacional, mi madre y sus compinches a los 25 años ya tenían una familia constituida. Ahora, no hay quien decida emprender tremenda empresa sin antes haber disfrutado dignamente de su soltería o vida de pareja. Por eso yo me encontraba allí. Porque soy uno de los 5 gatos que no seguimos los parámetros postmodernistas de la vida de familia y a los 27 años ya tengo dos críos.

Hablé y hablé sin verguenza, sin acordarme por un microsegundo que alguien que me conozca iba a encontrarme en la tele y seguro espiaría. Así que conté mucho: como me siento al haber sido madre, sobre mi tiempo personal, sobre mis ganas o no ganas de tener relaciones sexuales con un hijo recién nacido. Hasta me atreví a hacer bromas sobre mi aspecto post parto, mis neurosis y otras cosas.

Ayer lo estrenaron y sucedió cosa curiosa.De pronto el telefóno de mi casa comenzó a sonar y yo encerrada en mi cuarto de la verguenza, solo escuchaba algunas coordenadas que daba mi papá: en el canal 6, 3g, a las 10:00pm.

Cuando comenzó el programa, padre, madre, niñera y neonata estaban frente al televisor esperando para verme hacer el rídiculo. Yo creia que me iba a dar un paro del roche, de la exposición, del arrepentimiento de haberme prestado para el show. Me la pase encerrada en el cuarto, casi tapada hasta la cara oyendo una y otra vez el telefóno sonar. Alguien me estaba viendo, sin duda mi hermana que me llamó 8 veces para decirme que un éxito, que la cámara me amaba, que que guapa se me veia ( no hay como ella). Me hacía la que no me importaba nada.

Pero J no estaba por ningún lugar. No había presenciado mi debut en la tele. Jajajaja.

No puedo más con mi doble moral.

domingo, 24 de agosto de 2008

No más leche


Me corté la leche, al fin. La verdad es que A ni siquiera ha cumplido los dos meses. Y cuando escribo esto me siento culpable, como cuando decidí hacerlo. Pero egoísta hay que ser de vez en cuando y ese asunto de tener que drenarme cada 4 horas y depositar fluido materno para alimentar a mi hija, me tenía loca. De mal humor, irritada, todo mal. Así que a sabiendas de que le quitaba inmunidad a mi neonata, la corté. Y el proceso fue por demás doloroso.
Seguí las indicaciones del doctor y le di de lactar, saqué la leche de mi organismo, tomé mi dosis de pastillas y me vendé como Gwyneth Paltrow en Shakespare in love y salí a emborracharme. Yupiii. La pesadilla comenzó en la madrugada cuando sentía que iba a explotar. Tenía un dolor que no desaparecía y la teta izquierda había tomado dimensiones impredecibles. Todo el día pasé igual hasta que mi estoicismo no daba para más y llamé al doctor a decirle que algo andaba mal. Mi pesimismo arrojaba de diagnóstico: mastitis. El doctor me dijo que tenía que sacarme toda la leche y que seguramente no lo había hecho bien en un comienzo. Así que lo hice de nuevo y la sonrisa volvió a mi rostro ( el dolor inicial me obligó a pensar que estaba sufriendo algún tipo de castigo divino por decidir no dar de lactar más a la cría). De esto hace más de una semana y justamente hace una semana que A duerme de corrido hasta las 7 y 30 de la mañana.
Mi vida está en camino a ser recuperada.

sábado, 9 de agosto de 2008

Un mes y medio


45 días después, tus cachetes han invadido tu cara, haciéndote acreedora de un apodo afrutado: princesa chirimoya o chirimoya de exportación. Tu boca ha perdido dominio, tus ojos indefinidos siguen mi voz, y la melodía de un conejito rosado a cuerda que mueve sus brazos y piernas tiene un efecto ansiolítico en ti. Sigues durmiendo la mayor parte del día y llorando en la noche. Y tu llanto no perdona la falta de leche. Podrías bañarte en ella y serías feliz, como Cleopatra. Tu olor, mezcla de lechecita regurgitada y ese particular aroma de bebe recien nacidito es caliente. Sí, tiene temperatura, que unida a la mia es la combinación perfecta para este invierno blanco y su neblina. Los sonidos de gato le han cedido el turno a unos ronquidos que nada tienen que envidiar a los de tu padre y tus largas manitas se aferran al biberón o a mis pobres servidoras de leche. Eres la culpable absoluta de mi falta de sueño absoluto. Y la culpable de los celos angustiantes de tu hermoso hermanito. Eres yo o yo soy como tu. Aunque todavía es difícil determinar el parentesco más fiel ( Sigo convencida que la carga genética de tu padre ganó la batalla). Ojalá también, heredes su corazón. 
Por lo pronto, eres mia y suya. Y eso basta. Que el tiempo  pase rápido para que digas tus primeras palabras o que se detenga a la altura de mi pecho, cuando tú estás en él.

sábado, 2 de agosto de 2008

Advertencia al público: !no vayan al circo de Lazy Town!



A qué niño no le gusta Lazy Town. Esa serie donde el héroe es un deportista y el villano un amorfo personaje que busca arruinar los planes de vida sana en la ciudad. Bueno, H siempre se queda pegado. Así que ante la imposibilidad de hacer algo que haya exigido mayor logística que moverme de un distrito a otro (por obvias razones: una hija de un mes), elegí como máximo plan de fiestas patrias llevar a H al circo. Arrastré en mis planes a una víctima pareja y a su pequeñín (perfecto compañero para el mio) ingenuamente pensando que se trataba de un espectáculo de gran nivel - por los auspiciadores, el precio de las entradas, etc-, que no había pierde con la temática y que ya pues.
La comitiva salió entusiasmada en dos carros hacia la escuela militar de chorrillos donde se llevaría a cabo la magia. Nos encontramos con una extensa cola que sin exagerar más o menos era de vastas cuadras ( de padres y niños esperando hacía rato). Gran viento y frío. Ingenuamente entramos ( abrían las rejas a las personas que querían comprar entradas pero nosotros ya teníamos) y nos colamos. Literalmente. Sin culpa ( ¿quién en su sano juicio iba a hacer esa cola?) y sin asco. Claro que fuimos insultados y casi ocasionamos una revuelta de dimensiones épicas. Tanto así que estuvimos a un paso de damos media vuelta y caballero nomás, a la cola. (Cabe aclarar que a pesar de haber entradas diferentes: platinium, vip, etc; había una sola y única cola). El responsable de la organización debería ir a la horca.
En resumen, nos dejaron esperar ahí hasta que se abrieron las puertas del coliseo. Y vaya sorpresa cuando ingresamos y vimos el escenario del circo: un tabladillo minúsculo, dos cortinas de terciopelo rojo ( a la antigua usanza) y gracias por su presencia. La música de fondo era un disco con 4 canciones: bambrú se fue a la guerra, arroz con leche y dos del repertorio de Barney. Este dio vuelta una y otra vez durante la media hora de espera. Para que los asistentes no nos aburriéramos un payaso extraño y un hombre en zancos daban vueltas por el lugar. Primera, segunda y tercera llamada ( y mi cabeza y las de los demás adultos sentados al lado mio, daban vueltas. ¿Se imaginan mi sentimiento de culpa? Haberlos llevado hasta allá cegada por mi ingenuidad y porque pensé que realmente vería a Sportacus..)
Para ese entonces, cuando las luces se apagaron y Barney se calló, mis acompañantes y yo estábamos al borde, casi casi con un pie afuera. Comenzó el espectáculo pero fue demasiado tarde : el efecto de la espera, la desorganización, la pésima impresión había inoculado su veneno. A los diez minutos exactos, después de que el elenco entero de Lazy Town haya aparecido y arrancado gritos de emoción entre los pequeños, engañamos a los niños ( que en realidad también se habían aburrido) y salimos felices por la puerta de emergencia. No nos arrepentimos, pues mientras salíamos, un payaso gordo entretenía al público ( osea,¿ ni siquiera el espectáculo entero se trataba de Lazy Town?).
Compensamos la falta de circo con espadas de colores. (Por supuesto que escuché quejas de J todo el camino de regreso. Claro había sido mi brillante idea y el pobre J gastó mucho dinero por ese espectáculo basura).
Lo bueno es que hasta ahora cuando le preguntan a H qué tal el circo, responde: estuvo divertídisimo. (Gracias a la espada del Augurio).






viernes, 4 de julio de 2008

El parto


Y nació A. Todos dicen que se parece a mi, esa pequeña neonata de cachetes melvas y boca de pico que vio la luz, sin llorar, hace una semana atrás mientras su padre- fiel estilo de Tarantino- filmaba sin asco mi sangre derramada sobre la camilla. Los días en la clínica no fueron nada difíciles (claro si contaba con un equipo de enfermeras, mayordomos, etc) que al llamado del timbre colocado a la izquierda en mi cama acudían en mi ayuda. No veía a A llorar ni hacer caca, me la traían dormida con una sonrisita dibujada.

Punto aparte el rollo de la lactancia. Porque existe una tremenda campaña pro lactancia materna exclusiva que no le deja a la reciente madre la oportunidad de tan solo discrepar o excusarse bajo nada: tienes, oye bien, quieras o no, que dar de lactar a la cría. Para ello, para mí novedad, se ha acomodado un agradable y frío espacio llamado lactario. Ahí, la madre vaca tiene la posibilidad de colocar en sus ubres un par de chupones que no hacen nada más que succionar la leche materna con una efectividad sorprendente. Mirando hacia una pared, y pensando en lo que a una más le guste, la madre tiene que seguir esta dinámica: descubrir sus ubres, colocar los chupones en ambos, apretar un botoncito de on, calcular el tiempo en el reloj colgado en la pared, y esperar a que la tecnología haga su trabajo mientras cuenta ovejitas o canta alguna canción para no sentirse tan sola. Y así 15 minutos. 2 o 3 onzas. Un trabajo que sale a cuentas.

De regreso a casa con la bebé, me esperaba H. Mi hermoso y vulnerable H, que hasta estos días ha desarrollado conductas violentas, negación a todas las actividades de su vida cotidiana ( es decir, no quiero comer mama, no me quiero bañar mama, no quiero ir al nido mamá) y un apego a la madre agotador ( todo con mamá, con la mamá, quiero a mi mamá y así ad infinitum versiones). Y claro, yo, sea el blues o como quiera llamarlo el doctor o quien sea, lloro. Me despierto y lloro, por H, por mi, por la luz del día, por las 8 noches que llevo sin dormir, por la lactancia materna exclusiva. Y pienso que bonita es la maternidad.

Una se olvida, se olvida de cada cosa que pasa con un bebe recien nacido, por eso, dice el pediatra de H es que nos seguimos reproduciendo. Porque si nos acordáramos de cada detalle del proceso, no volveríamos a traer otro niño al mundo.

Claro que tiene sus recompensas. H tendrá una hermanita que en algún tiempo comenzará a hablar (¿por qué no habla mamá?) y con quien podrá jugar y ya no sentirse tan solito. J es el hombre más feliz, tierno y responsable que conocí y con quien tengo la inmensa suerte de compartir todo esto. Y yo, después de recuperar mi libertad (léase: dejar de ser mamá vaca), desbordaré de amor... ( como ya lo vengo haciendo).

martes, 17 de junio de 2008

El baby shower





Créanme, no es que sea una malagradecida ni mucho menos. Simplemente creo que soy una de esas personas que no nació para esta clase de eventos. Aún así y porque tengo una madre amorosa y mucha gente que la aprecia, he experimentado dos. El de H marcó records sin precedentes. Creo que fueron más de 100 personas, nunca lo olvidaré. Era un día de verano, con una temperatura altísima, yo, con una barriga gigante y unos bochornos insoportables y una dinámica que incluía la apertura de un centenar de regalos para mi primogénito. El asunto es así ( si ya sé que todas lo han vivido): alguien se presta para pasarle uno a uno los regalos a la madre gestante. Ella tiene que ir abriéndolos uno a uno, buscar entre el público presente a la dueña del regalo, que, al mismo tiempo, está esperando una conexión visual con quien la recibe y se identifica a través de una sonrisa o una levantada de mano o un : !ese es mío!; abrirlo - con o sin paciencia- sin duda agradecer con un gesto o soltar la frase: qué lindo, y esperar a que el coro de presentes responda similar y onomatopeyicamente con un : oh, ay, uh ( y sinnúmero de versiones de connotación conmovedora) .. y así hasta que se terminen de abrir TODOS los regalos. Es de locos, la exigencia física y emocional que requiere esa tarea. Uno tiene que ir preparada para atravesar airosamente dicha actividad 100% femenina. (Por que sino fue idea de nosotras, ¿de quién más?)
Cuando me enteré que llegaba A, rechacé enfáticamente tener que pasar de nuevo por ese trauma. A pesar que no puedo negar que el primer baby shower fue de muchísima ayuda y de saber que esta vez sería igual. En realidad, hasta hace unas semanas, no tenía nada ( Por eso, y para que no me tilden de desgraciada, agradezco a todas las que fueron esta vez por el esfuerzo y los presentes, en verdad estuvieron excelentes). Pero como algunas sabrán o pocas, mi disposición para esta clase de eventos es nula. Aún así, mi madre - una vez más, gracias infinitas- se puso las pilas en la que debería ser su nueva profesión (R: todo fue un éxito) y con la gran ayuda de ni futura suegra ( excelente, J) y mi gran amiga de la vida, armaron en pocas semanas un baby shower para mi nueva bebé. Yo ese día estaba enfermísima, es más: no había ido a trabajar, pero me puse una de mis mejores tenidas y llegué. Todo estaba lindo, con adornos decorativos y temáticos (chupones, etc), toldos y demás( me sorprendió la producción) y además llegó muchísima gente que me dio una lección: ya no puedo ser la indiferente, incumplida que soy. Osea, fueron mis amigas de la promoción a las que casi nunca veo.... ( yo no haría eso). En resumen, sobreviví, estuve con gente que no veía hace mucho tiempo, reí.
Los regalos, muchos, me encantaron. Claro, como espero hija mujer, repito lo que me salió esa tarde: vestirá de Strawberry Fields, forever (literalmente).

miércoles, 11 de junio de 2008

Y ahora, ¿quién podrá defenderme?


Manejo la siguiente teoría: la fragilidad de un niño lo convierte en un ser vulnerable y en un potencial adulto afectado. Osea, siempre he tenido la idea de que todos nosotros somos como somos gracias a un trauma infantil. Nuestros grandes rollos, nuestros miedos, las angustias, las fobias, todas se derivan de nuestra época más tierna, aquella que recordamos en fotos que ya se están despintando. Y no atribuyo las causas de todo esto a traumas severos. No, no hablo de padres abusivos, vejaciones ni nada de esa clase de cosas y que obviamente dejan secuelas graves en el espirítu de un niño: me refiero a que, otra vez, indico que es mi teoría; a que cuando uno es pequeño, el que mamá llegue tarde cuando la esperas, o una simple comparación con el hermano menor, o una subida de voz de papá en una tarde de especial vulnerabilidad puede ser determinante para marcarnos. Marcar nuestra conducta, nuestra personalidad. ¡Estoy segurísima de ello! Creo en mi caso que definitivamente algo me tuvo que pasar de niña para haberme convertido en lo que hoy soy: una madre que se angustia, que quiere ser la mejor, que no se perdona por estar ausente (ojo, en el trabajo), la mayor parte del día. Y mi gran temor es equivocarme con H, sentirlo tan emocionalmente frágil, una víctima perfecta ante cualquier error. Y que luego, años más tarde, me ande preguntando por ahí: ¿en qué me equivoqué? O ,
mirando al cielo, ¿Qué hice mal? Porque muchos de nosotros no nos damos cuenta de qué fue aquello que determinó que nuestros hijos se conviertan en las personas que son. Y ante esto, solo me queda pensar en la inmensa complejidad de la paternidad, la increíble responsabilidad de ser una persona coherente, libre de miedos, observadora, enfermera, acompañante... mamá en la máxima expresión.
Y esta verdad que llevo a la exageración es como mi karma, mi cruz, mi móvil, lo que determina mi modus operandi. !Qué presión! ¿no? Quizás es la necesidad de que H no pase lo que yo: que sea un niño que no le tenga miedo a la noche (hasta los 14 años), que establezca relaciones sanas, que no se caracterice por dudar ante cualquier decisión (digo cualquiera porque a mi me cuesta hasta decidir a dónde ir a comer un domingo por la tarde). Sí ya sé que no son cosas graves ni determinantes pero, como toda madre, quiero darle todo lo que una no tuvo. Es decir, una mamá que no se vaya todas las mañanas temprano y regrese tarde. Pero, ¿qué clase de utopía quiero comprarle? J, me dice que todos los niños pasamos por lo mismo, que son esas cosas las que nos hacen fuertes, las que nos ayudan a madurar, a crecer. ¿Por qué entonces mi necesidad y necedad de mantenerlo en una caja de cristal, libre de penas y llantos? Quizás porque siento que de por sí mucho es lo que tiene que procesar: la ausencia de su padre- con apariciones fantasmales-, vivir en casa de los abuelos los primeros y más importantes años de su vida, la llegada de J, la pronta venida de su hermanita, ufff.. Yo me estresaría y claro, que lo estreso a él.
Así que fui a ver a una psicóloga en plan de encontrar orientación para estas semanas en las que la llegada de A, la nueva niña, es inminente ( recién la he visto una vez y ya tengo miedo de que me inocule nuevos temores, pero esto lo hablaré en un post aparte). En resumen, no sé si todas las madres gestantes tienen las mismas dudas, necesitan el mismo apoyo o simplemente son más relajadas que este ser humano que les habla. En realidad, no saben cómo me gustaría desprenderme de este saco de dudas y miedos, echarme a esperar tranquila lo que venga y confiar en mi fortaleza. Pero no soy así. Soy de las que escriben lo que sienten, lo comparten y esperan una respuesta de cualquiera (¡cualquiera que se sienta igual!) para no sentirme tan equivocada o traumada. No lo sé, no sé cuándo podré vencer esta maquinaria extraña que gobierna mi psiquis, pero al menos me tranquiliza saber que tengo las mejores intenciones de ser una buena madre.

lunes, 2 de junio de 2008

Domingo de diversiones


Hay días en los que me gustaría comprar paciencia. O hundirme en las sábanas de mi cama, estar tirada en pijama y no tener que lidiar con nada (salvo con la complejidad de mi control remoto). Hay días que me levanto y sé que serán difíciles, porque conozco esos ánimos, me huelo, me presiento. Además porque cualquier excusa es potencial causal de derramamientos de lágrimas. Ayer domingo fue ese día. Comenzó a las 7 y 45 am cuando H gritó mamá. A esa hora hay que preparle la leche, estar en su cuarto, jugar ver tele y por demás actividades distractorias. (No hay lugar a que regrese a mi cama a descansar). Luego pensando en este rollo que arrastro (cómo voy a ser una buena madre con dos hijos, tengo que darle más calidad de tiempo a H), me pongo a pensar cuál sería el plan ideal del domingo. Pienso, Cieneguilla. Juegos, sol, campo, pollo y papas fritas. Al mediodía, cuando J se terminó de levantar, salio la petit caravana, cantando en el carro, conversando sobre la carretera (previa parada a comprar una cometa), hasta que encontramos el lugar ideal: - si nunca han ido, es altamente recomendable- el rancho aventura park ( o como sea). A su lado, la granja villa es chancay. Tiene gusanito, carros, lagunita, casa de terror, show infantil, sillas voladoras.. A todo dar. Pero H, apenas llegamos, fue presa de un trance: simplemente no quería estar en ese lugar ( creánme que cualquier niño en su sano juicio daría lo que fuera por estar ahí, es más: había una centena de ellos). H, nada. Ni un solo juego, solo se limitaba a hacer sonidos extraños (que detesto), como si estuviera balbuceando. Así que perdí la cabeza, la paciencia y me puse a llorar desconsoladamente. J, quería castigarlo a como de lugar, salimos de ahí, emprendimos camino de vuelta a casa, es decir un nube negra se apoderó de nuestras cabezas. En medio de este llanto inusual, logré comunicarle a J que yo quería mi día familiar, que quería mi día soleado en el campo, que porqué teníamos que regresarnos. Así que media vuelta. El aventura park al menos me daría mi medio pollo con papas. H, después de almorzar, regresó de la nave que lo abdujo y volvió a ser el niño hermoso que tengo por hijo. Subió a todos los juegos, rió,compartió con J, hasta hizo siesta en el camino de regreso. Yo, estaba molida. Física y emocionalmente. Y todavía me falta llegar a casa, bañar a H, convencerlo de comer, hacerlo dormir (obviamente como no tenía ya paciencia, a los 20 minutos que el niño no dormía yo hacía catarsis interna, volvía a llorar, quería dormir o desaparecer, lo que hubiese podido ser más rápido para mí. A pesar de mis deseos de escapar por la ventana, tuve que bancarme igual que H se resistiera al sueño ( si yo no lo hacía dormir, ¿quién?) y además cuando acabé, reinvindicarme por mi mal humor y aceptar acompañar a J al cine (obvio, el pobre necesitaba salir). Cuando llegué del cine y dije !por fin!, me engañaba. H se despertó como 4 veces en la madrugada.
A las 6 y 50 de hoy sonó mi despertador. Me avisaba: otro día llegó. Y en silencio, sin que nadie me escuche, pedía porque sea más fácil o que alguien me regale un poco de su buen humor.

miércoles, 28 de mayo de 2008

Un homenaje a mamá


Cómo no se me ocurrió antes. Escribo, ventilo, cuento y hablo de todo lo que siento al ser madre y hasta ahora ni una sola palabra para mi mami. La mujer que pasó por lo mismo de lo que yo hablo o peor( peor, claro, mi hermana y yo sólo nos llevamos un año). Que también trabajó (más de 25 años) y que llegaba a casa ( ojo, su camino diario: de la carretera central a Pueblo Libre) y que según lo que me cuenta, llegaba para darle de comer y bañar a sus dos hijas. Y no se quejaba. Vivía en la casa de su suegra y convivía con un hombre (sí, mi padre), que nunca- otra vez, son sus palabras- cambió un solo pañal. Fuck.

¿De qué me quejo entonces? Osea, ya sé que trabajo, que llego a casa con las energías en el suelo, que mientras hago dormir a H, me duermo, pero hasta el momento ( sólo faltan 3 semanas!!), sólo tengo que lidiar con un solo pequeño.

Mi madre, R, me tuvo que confesar que como no sabía que hacer con su primogénita tuvo que llevarla a donde una terapeuta. (No, no fue presa de la exageración, sino de la desesperación: ¿qué harían ustedes si su niña de 3 años se diera de cabezasos contra el suelo?). ¿Yo qué haría? Ahorita, como se encuentran mis hormonas y mi sistema nervioso, sin duda lloraría. Llamaría a la psicológa del nido, que me da sesiones vía telefónicas, quien probablemente me diría lo que hasta ahora me ha dicho: No te preocupes. Es normal. H está celoso por su nueva hermanita. Pero, esta vez no se trata de H ni de mis frustraciones (vamos, era un homenaje). A lo que iba era a que mi madre, como me imagino las suyas, se merecen más que un aplauso.

Desde que comencé a escribir este blog, todos los días pienso en llegar a casa y regalarle flores a R. O un chocolate. Porque si ya pasó por mi infancia y mi adolescencia ( yo con esa ya me retiraría) ahora no sólo sigue siendo mi madre, sino una excelente abuela.



lunes, 26 de mayo de 2008

Choche, una más


Cuando escucho a mis amigos decir que no quieren tener hijos, una mezcla de sentimientos encontrados me embarga. Por un lado pienso, ¡qué suerte! jamás tendrán que someterse a la esclavitud de la maternidad. Pero por otro lado, imagino una vida sin magia, días sin color. (Nadie podrá saber lo bacán que es tener un niño hasta, obviamente, tenerlo. La imaginación, en este caso, no basta).
Antes, renunciaba a la idea de convertirme en madre. Nunca vi con buenos ojos a los niños ajenos. Jamás una criatura en coche o con babero despertó en mi un sólo Ay qué belleza. Es más, si estaba en algún espacio público y una madre con su prole caía a mi lado, prefería moverme de lugar. En otras palabras, los niños no iban conmigo. Para nada.
Ya, tampoco era tan radical: si algún día me enamoraba quizás podía contemplar la idea de procrear. Pero tendría que ser pasados los 30.

Lo más gracioso: Ni una, ni la otra. Conmigo fue todo lo contrario. H llegó cuando tenía 23 años y para ponerla en bonito, no fue fruto del puro amor. (Es más, su padre para mí era prácticamente un extraño).
Aún así, hablo de las tremendas dificultades de bancarte un embarazo sola y, peor aún, las de ser madre soltera; el niño llegó y con él, una nueva vida.
Pero ahora, cuando sólo han pasado 3 añitos y recién termino de acostumbrarme a esta etapa ( además de sentir que ya me estaba librando de lo más engorroso y complicado) - juácate: una más a la familia. (Claro que ahora las condiciones del juego han variado. Soy muy afortunada de que el padre de mi hija me acompañe).
Por segunda vez traeré un niño al mundo sin planearlo, quizás ese sea mi modus operandi o quizás, que es por la que más me inclino, nunca aprendí nada sobre métodos anticonceptivos. El asunto es que lo hecho, hecho está. Es más, a punto de estar: mi hija nacerá a fines de junio. Y si bien ya conozco más o menos el proceso, el miedo es el mismo.
Las preguntas de rigor: ¿Saldrá sanita? ¿Estará completita? ¿Llegará antes de tiempo?. Las de la idiotez: ¿Será bonita? ¿Tendrá rulitos o pelo lacio? ¿Sacará mi nariz o será más afortunada?
Además, me pregunto cómo será pasar de nuevo por el período de lactancia (que nada me gustó la primera vez), los meses en los que andas en pijama y con las justas te lavas la cara, las amanecidas y la programación de Sony en las madrugadas, los llantos de ella y los tuyos, la sensación de que tú vida se acabó. ASU. No puedo mentir: qué lata.

Ahora,claro, la primera vez, lo hice sola. Debo admitir que no conozco lo que es tener a alguien al lado con quien compartir todo esto… tan hermoso.

Lo nuevo será tener que lidiar con la psiquis de H. Todos, sin excepción, me dicen que se PONDRÁ PEOR. ¿Peor?? Si con las justas y puedo ahora, ¿cómo será con el príncipe derrocado y la nueva princesa del llanto?
Lo único que me reconforta es pensar que no he sido, no soy ni seré la única mujer. Antes las familias sobrepasan los 5 vástagos. Lo que sí, una más no la hago.

sábado, 24 de mayo de 2008

Vamos a terapia, oh oh oh oh oh


Los niños de ahora son un reflejo de lo que somos los adultos o al menos de lo que nos hemos convertido. El otro día recibí el informe del nido de H. El diagnóstico de la Miss arrojaba dos fallas por corrregir/ superar: a) la pobre funcionalidad de mi hijo para agarrrar la crayola (acompañada de una recomendación de terapia para mejorar su psicomotricidad fina) y b) la inseguridad de H a situaciones nuevas que se disfraza de rebeldía frente a eventos que implique ponerse un traje de fantasía. Así tal cual. Salí preocupadísima por sus c en ambas materias (agarrar la crayola y participación de eventos siu generis). Oh no, pensé: mi hijo no ingresaría al colegio si no lo refuerzo en pintar, rasgar y otras actividades de la misma índole. !No aprenderá a escribir, no podrá cortar! Y, por otro lado, no imaginaba la idea de perder la oportunidad de verlo en un máximo despliegue teatral, disfrazados de estrellita o cebra.
Realmente, me sentí devastada.
Para colmo, semanas atrás una terapeuta había ido al nido a evaluar las capacidades motrices de los pequeños. Y luego de observarlos por cuestión de minutos ( a todos juntos) detectó que H sufría de hipotonia leve.
¿Qué era eso? En términos mortificantes: debilidad muscular, escasa motilidad y más blas. Así que, cargada de angustia, lo llevé a que realmente lo diagnostiquen. De frente la terapeuta nos enganchó con dos sesiones semanales. Madre santa. ¿Cuánto tiempo necesitaría terapia? La especialista en el tema, después de dos tardes juntos, determinó que como no era nada grave, H sólo tendría que ir un mes.
Como yo de eso, y mucho más, no sé nada; llamé al pediatra. Me reí con su respuesta: yo que tú, mando a la terapeuta por un caño. Ahora todos esperan que nuestros hijos sean ambidiestros, hable 5 idiomas y toquen el violín.
Muy sensato.

jueves, 22 de mayo de 2008

Una guerra sucia


No recuerdo hace cuánto tiempo decidí quitarle el pañal a H. El asunto es que después de que me intimidaran con relatos dignos de paralizar cualquier iniciativa (como que era un chambón inimaginable, que el niño se orinaría- con esa palabra- por todas partes, que se iba a enfermar de tanto que se mojaría), me armé de valor y me dije a mí misma, a la m con todo. Es ahora o nunca. Claro, sino ¿ hasta cuándo gran parte de mi sueldo se iría en pañales? (No importa que cada vez los hagan más lindos, ergonómicos y hasta con trucos ópticos – sorprendentemente hay unos cuyos dibujitos desaparecen con la presencia de la pila-.) Lo que uno gasta en pañales es un ABUSO. Motivada principalmente por la razón económica y que, de hecho, yo me llevaba la mejor parte ( como trabajo todo el día, quien estaría al frente de esa batalla acuosa sería la nana); puse fecha de inicio: Mañana comenzamos.
La verdad es que después de una semana, H dejó de parecer cachorro y aprendió a pedir ir al baño. Pichi pichi pichiiiiiiiiiiiiii, grita después de aguantarse hasta el último segundo (jamás, lean bien, irrumpirá alguna actividad que lo tenga entretenido por ir al water). Así que al principio, cuando eso pasaba, uno tenía que salir volando y sortear todo tipo de obstáculo del camino para correr con el niño al baño. Al principio, mayólicas y piso pagaban pato. Ahora, después de clases intensivas con J, aprendió a apuntar bien a la taza y a veces… pero muy rara vez (al menos cuando yo estoy presente) hasta me sorprende y se despoja de pantalones y calzoncillos, mea, jala y vuelve a subir. Hasta ahí, toda una maravilla.
Lamentablemente, la historia con la caca es otra. Y precisamente es sobre lo que quiero hablar. A H no le da la gana de ir al water cuando sus necesidades suman el 2. Tengo dos bacenicas (en mi desesperación hasta le compré una roja – su color favorito- y de fórmula 1- lo único que le importa a su corta edad-), además adquirí una de esas falsas tapas que se ponen sobre el water, pero nada. Osea, el nene se siente super grande y si ve un pañal se muere, pero de caquita naca la pirinaca. (ja)
Para mí, es una lucha diaria. Frustrante, irritante, molesta. Porque puede ser que por semanas, atraque feliz de la vida y se siente en el water. (Claro hay que llevarle sus colección de carros, ponerlo a pintar con crayolas en las paredes y hasta cosas inimaginables). Así como también puede ser que pasen semanas enteras y literalmente todo sea una excusa para no sentarse. La verdad es que ya no sé cómo hacer. He leído y releído al respecto, he intentado por las buenas: “si haces tu caquita te doy un caramelo” (la psicología de Pavlov es más efectiva en el perro de peluche de H que en él mismo); por las malas: ¿quieres que te vuelva a poner pañal?. Para que entiendan mi frustración, una pequeña anécdota: ¿Qué tal que cuando J un día lo intentó- eso de ponerle pañal-, H salió corriendo, gritando LIBERTAD?
¿Y ahora?

miércoles, 21 de mayo de 2008

Mother´s Little Helper




Advertencia: este es un tema álgido. Pero de alguna manera u otra debemos darnos la oportunidad de hablar de él. Sincerarnos. Botar todos aquellos pensamientos que guardamos dentro y que no podemos soltar ( a temor de ser juzgadas). Ya que a final de cuentas, se trata de las nanas. Aquellas mujeres que – para las madres que trabajamos- se la pasan el día entero con nuestros hijos, les dan de comer, les limpian la caca, juegan con ellos, los bañan; en otras palabras hacen lo que todas nosotras por falta de tiempo no podemos hacer.
Cuando tengo alguna queja en su contra y busco unos oídos cómplices, que me entiendan, busco a mamá. Pero, como ella es sabia, no acoje mis pensamientos. Los critica: exageras, no entiendo por qué te sientes así, la chica es buenísima, quiere a tu hijo como si fuera tuyo… Ad infinitum.
¡Cómo si no lo supiera! Pero como si todo eso tuviera algo que ver. Los celos de las madres para con las nanas son viscerales, ilógicos, y, para mí, válidos aunque injustificados.
Osea, ya sé que el tiempo y el cariño que le dedican a nuestros hijos puede nublarles el juicio y hacerles creer que tienen derechos sobre ellos, hasta sentirlos como suyos. Claro, son humanas. Pero que estos sentimientos choquen con nuestro territorio, eso sí que no me lo banco. No me banco que cuando llego de trabajar corriendo para ver a mi hijo, la mujer esta se quede parada mirando (¿No ha sido suficiente para ella estar con él el día entero? ¿También en mis momentos?). No me banco que su experiencia con temas infatiles la haga creer que es superior a mí, que mi hijo la escucha a ella, que con ella no llora, que con ella come (Me vale madre). Tampoco me banco sus ínfulas de princesa, obvio: al ser imprescindible para mí, que trabajo; a la señorita no se le puede pedir favores extracurriculares, cambiarles las fechas, etc. (Un ejemplo clarísimo: su día de salida es el domingo, CRASO ERROR, pero si yo necesito cambiarle ese día por otro de la semana, así le ofrezca una platita extra, o se lo pida por favor… Pero jamás ahhh. Jamás). A esto, le añado un punto por el que seré juzgada: y es que me llama por mi nombre de pila (ya sé, aquí quizás algunas discrepen o piensen en cuán absurda o idiota puedo llegar a ser. Pero he tenido la costumbre de oír llamar a mi madre señora, así como también realicé un pequeño sondeo entre mis compañeras de trabajo: a nadie la llaman por su nombre). En resumen, hay veces (casi siempre) que no la tolero y ya está. Lo tenía que contar.
Si bien, últimamente hemos limado asperezas, creo que lo nuestro es insalvable. Si no fuera porque realmente es dificil encontrar a alguien con el que tu hijo se sienta feliz ( a veces tanto que duele), yo no estaría escribiendo este post. ¿O sí?

martes, 20 de mayo de 2008

Red Bull te da alas


Tengo 7 meses y medio de embarazo. Es decir, ya no puedo respirar en las noches (intento todas las posturas recomendadas- advertencia: evitar aquellas que comiencen con boca, da igual si es boca arriba o boca abajo, las dos son una locura). Tampoco puedo comer sin sentirme exageradamente inflada ni caminar dos cuadras sin pedir en silencio un galón de oxígeno, por favor.
Sumado a todo esto, mi primer hijo, que acaba de cumplir 3 años, ve amenazado su imperio. Como reacción, ha desarrollado una conducta subversiva (para tener una idea visualicen a Elmer El Gruñón). Lo lamentable es que cada vez su engreimiento es peor y mi paciencia, menor. Primero, comenzó con rebelarse contra el nido (las profesoras atribuyeron este acto anómalo en su comportamiento a la coyuntura del hogar, léase: la llegada de su hermana), luego contra la leche de las mañanas (esto, hasta que – gracias hermanos Wachoski- vio Meteoro y se dio cuenta que su héroe piloto celebraba la victoria brindando con una botella de este líquido cremoso). Tampoco quiere bañarse (llevarlo a la tina es una lucha de todos los días) y ahora, a veces, no le da la gana de que yo me le acerque. Me bota del cuarto llamando a su nana (ese es un post aparte).
Mis reacciones ante las situaciones arriba comentadas fluctúan desde la ira hasta el llanto incontenible (cortesía, una vez más de mi desajuste hormonal). Cuando siento que estoy más que cansada, que son todos los días después de una simpática rutina que incluye – en el siguiente orden- :a) pasar casi 8 horas frente a una Mac, b) llegar a casa a jugar con él/ bañarlo/ (o en casos extremos) c) darle de comer; generalmente pierdo la cabeza. Imagino que la próxima vez tomaré una dirección distinta y me perderé en el camino de regreso a casa. O imagino que tengo alguna excusa para realmente no volver. Nunca pasa. Mi vida gira en torno a esa oficina de San Isidro y a la casa donde mis padres todavía, algunas veces, me dicen qué hacer.
Y como si todo esto no bastara, mi novio –que, en nombre del amor, está viviendo bajo el mismo techo que mis progenitores y yo- a veces, como todo ser humano común y corriente, necesita aire. Le provoca salir, pues. Y muchas de esas veces, salir conmigo. Es en esos momentos cuando quisiera que los espíritus del mal transformaran este cuerpo decadente… o que las bebidas energéticas no estuvieran vetadas dentro del consumo de una embarazada.

Me confieso


Digna emuladora de la generación de mi madre, a mis 26 años habré experimentado la magia de la maternidad por partida doble. ( Y si digo que no pienso sumar uno más a la familia quizás el destino me vuelva a sorprender, así que prefiero callar). Hace ya varios años me olvidé de madrugar por alguna razón ajena que no quepa dentro de este conjunto: ¨enfermedades, pesadillas o necesidades del primogénito¨. Pienso, para reconfortarme en silencio, que ya disfruté y viví lo que tuve que vivir. (Ja) y que las recompensas de un hijo: su primera palabra, su primer te amo mamá, el que te haga sentirte indispensable, equilibran la balanza.
Pero nadie me advirtió de que esta experiencia, espiritual, divina, abrumadora (sí, el ser madre), involucraba el despojo absoluto de tu yo (cliché o no, si un hijo no te cambia la vida, nada te la cambia), de la escasez de porciones de tiempo que me quedarían para dedicarme a mí misma, de las disyuntivas cotidianas con las que tendría que lidiar ( ¿Voy a almorzar a casa para ver a mi hijo o no?, ¿Salgo en la noche o me quedo viendo dibujos? ¿Aprovecho el fin de semana para mi o voy de nuevo a los juegos del Jockey Plaza?). No, nadie me advirtió de todos los privilegos de este sistema All Inclusive.
Claro, confieso, debo etiquetarme como “madre abnegada”. SÍ, soy de esas que sienten culpa cuando salen del trabajo y no van de frente a casa, de aquellas que con las justas van al gimnasio y lo hacen tarde por la noche – para al menos esperar a que el pequeño se quede dormido-, soy de las que cuando aparece la luna no tiene fuerzas para nada. Virgen Santa. Soy una madre clásica, (¿Estaré repitiendo algún patrón? ¿Quién / qué me hizo como soy?)
Trabajo en una empresa donde la densidad poblacional está liderada por el género femenino. Y observo, escucho, comparo y concluyo: no todas somos iguales. Así que una pregunta salta a mi cabeza, se estrella, me atormenta: ¿ Seré de esas mujeres que son 100% madres? Oh nooo.
A ver, al fiel estilo de un rapitest: ¿Gasto mi plata más en el nene que en mí? Sí. ¿Mis planes del fin de semana involucran juegos mecánicos y películas en matiné? Claro que sí. ¿Me doy la licencia de escaparme alguna noche y madrugarme?... ¡Reprobada!.
Bueno, tampoco se trata de ser necia: es claro que con hijos uno tiene que madurar sí o sí. Que definitivamente las cosas ya no serán iguales (ni nuestros cuerpos, por más gimnasios y demás). Aún así, sé que todo puede ser diferente, que puedo acabar con los comentarios del tipo: Nunca tienes ganas de salir o despegarme la etiqueta de aburrida. Sí, sé que puedo ser más egoísta, recuperar lo que nostálgicamente he perdido y, para evitar el karma, puedo usar el mantra que mi psicológa me enseñó : ” Es mejor darles a nuestros hijos calidad de tiempo que cantidad de tiempo”. Con eso, me basta.

Cómplices





Este es un espacio para nosotras. Las madres. Las mamás gallinas, las mamás abnegadas, las despreocupadas, las madres trabajadoras, las mamás amas de casa, las mamás solteras, las casadas, las que tienen sólo un hijo, las que son mamás conejo.
Este es un espacio para todas nosotras. Sí, las valientes que tomamos la decisión de traer un hijo – o varios- al mundo, sin instrucciones bajo el brazo.
Aquí, te invito a exorcizar quejas, eliminar culpas, a sentirte egoísta, a reencontrarte contigo, a reírte, a entablar una amistad virtual… en general, a dar rienda suelta al sube y baja hormonal de la maternidad.