martes, 20 de mayo de 2008

Me confieso


Digna emuladora de la generación de mi madre, a mis 26 años habré experimentado la magia de la maternidad por partida doble. ( Y si digo que no pienso sumar uno más a la familia quizás el destino me vuelva a sorprender, así que prefiero callar). Hace ya varios años me olvidé de madrugar por alguna razón ajena que no quepa dentro de este conjunto: ¨enfermedades, pesadillas o necesidades del primogénito¨. Pienso, para reconfortarme en silencio, que ya disfruté y viví lo que tuve que vivir. (Ja) y que las recompensas de un hijo: su primera palabra, su primer te amo mamá, el que te haga sentirte indispensable, equilibran la balanza.
Pero nadie me advirtió de que esta experiencia, espiritual, divina, abrumadora (sí, el ser madre), involucraba el despojo absoluto de tu yo (cliché o no, si un hijo no te cambia la vida, nada te la cambia), de la escasez de porciones de tiempo que me quedarían para dedicarme a mí misma, de las disyuntivas cotidianas con las que tendría que lidiar ( ¿Voy a almorzar a casa para ver a mi hijo o no?, ¿Salgo en la noche o me quedo viendo dibujos? ¿Aprovecho el fin de semana para mi o voy de nuevo a los juegos del Jockey Plaza?). No, nadie me advirtió de todos los privilegos de este sistema All Inclusive.
Claro, confieso, debo etiquetarme como “madre abnegada”. SÍ, soy de esas que sienten culpa cuando salen del trabajo y no van de frente a casa, de aquellas que con las justas van al gimnasio y lo hacen tarde por la noche – para al menos esperar a que el pequeño se quede dormido-, soy de las que cuando aparece la luna no tiene fuerzas para nada. Virgen Santa. Soy una madre clásica, (¿Estaré repitiendo algún patrón? ¿Quién / qué me hizo como soy?)
Trabajo en una empresa donde la densidad poblacional está liderada por el género femenino. Y observo, escucho, comparo y concluyo: no todas somos iguales. Así que una pregunta salta a mi cabeza, se estrella, me atormenta: ¿ Seré de esas mujeres que son 100% madres? Oh nooo.
A ver, al fiel estilo de un rapitest: ¿Gasto mi plata más en el nene que en mí? Sí. ¿Mis planes del fin de semana involucran juegos mecánicos y películas en matiné? Claro que sí. ¿Me doy la licencia de escaparme alguna noche y madrugarme?... ¡Reprobada!.
Bueno, tampoco se trata de ser necia: es claro que con hijos uno tiene que madurar sí o sí. Que definitivamente las cosas ya no serán iguales (ni nuestros cuerpos, por más gimnasios y demás). Aún así, sé que todo puede ser diferente, que puedo acabar con los comentarios del tipo: Nunca tienes ganas de salir o despegarme la etiqueta de aburrida. Sí, sé que puedo ser más egoísta, recuperar lo que nostálgicamente he perdido y, para evitar el karma, puedo usar el mantra que mi psicológa me enseñó : ” Es mejor darles a nuestros hijos calidad de tiempo que cantidad de tiempo”. Con eso, me basta.

1 comentario:

Patricia dijo...

¿No todas somos iguales? Las madres con las que "comparto" (mi mamá, mi suegra, mi hermana, mi cuñada y la administradora de la oficina) compiten por el trofeo de la más abnegada en la historia de la humanidad. ¿Así que hay madres que no se sienten culpables por ir de la oficina a depilarse en vez de ir de frente a la casa? ¡Tienes que compartir esa información! Me hace falta compararme con alguien que no sea perfecta.