jueves, 22 de mayo de 2008

Una guerra sucia


No recuerdo hace cuánto tiempo decidí quitarle el pañal a H. El asunto es que después de que me intimidaran con relatos dignos de paralizar cualquier iniciativa (como que era un chambón inimaginable, que el niño se orinaría- con esa palabra- por todas partes, que se iba a enfermar de tanto que se mojaría), me armé de valor y me dije a mí misma, a la m con todo. Es ahora o nunca. Claro, sino ¿ hasta cuándo gran parte de mi sueldo se iría en pañales? (No importa que cada vez los hagan más lindos, ergonómicos y hasta con trucos ópticos – sorprendentemente hay unos cuyos dibujitos desaparecen con la presencia de la pila-.) Lo que uno gasta en pañales es un ABUSO. Motivada principalmente por la razón económica y que, de hecho, yo me llevaba la mejor parte ( como trabajo todo el día, quien estaría al frente de esa batalla acuosa sería la nana); puse fecha de inicio: Mañana comenzamos.
La verdad es que después de una semana, H dejó de parecer cachorro y aprendió a pedir ir al baño. Pichi pichi pichiiiiiiiiiiiiii, grita después de aguantarse hasta el último segundo (jamás, lean bien, irrumpirá alguna actividad que lo tenga entretenido por ir al water). Así que al principio, cuando eso pasaba, uno tenía que salir volando y sortear todo tipo de obstáculo del camino para correr con el niño al baño. Al principio, mayólicas y piso pagaban pato. Ahora, después de clases intensivas con J, aprendió a apuntar bien a la taza y a veces… pero muy rara vez (al menos cuando yo estoy presente) hasta me sorprende y se despoja de pantalones y calzoncillos, mea, jala y vuelve a subir. Hasta ahí, toda una maravilla.
Lamentablemente, la historia con la caca es otra. Y precisamente es sobre lo que quiero hablar. A H no le da la gana de ir al water cuando sus necesidades suman el 2. Tengo dos bacenicas (en mi desesperación hasta le compré una roja – su color favorito- y de fórmula 1- lo único que le importa a su corta edad-), además adquirí una de esas falsas tapas que se ponen sobre el water, pero nada. Osea, el nene se siente super grande y si ve un pañal se muere, pero de caquita naca la pirinaca. (ja)
Para mí, es una lucha diaria. Frustrante, irritante, molesta. Porque puede ser que por semanas, atraque feliz de la vida y se siente en el water. (Claro hay que llevarle sus colección de carros, ponerlo a pintar con crayolas en las paredes y hasta cosas inimaginables). Así como también puede ser que pasen semanas enteras y literalmente todo sea una excusa para no sentarse. La verdad es que ya no sé cómo hacer. He leído y releído al respecto, he intentado por las buenas: “si haces tu caquita te doy un caramelo” (la psicología de Pavlov es más efectiva en el perro de peluche de H que en él mismo); por las malas: ¿quieres que te vuelva a poner pañal?. Para que entiendan mi frustración, una pequeña anécdota: ¿Qué tal que cuando J un día lo intentó- eso de ponerle pañal-, H salió corriendo, gritando LIBERTAD?
¿Y ahora?

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