martes, 20 de mayo de 2008

Red Bull te da alas


Tengo 7 meses y medio de embarazo. Es decir, ya no puedo respirar en las noches (intento todas las posturas recomendadas- advertencia: evitar aquellas que comiencen con boca, da igual si es boca arriba o boca abajo, las dos son una locura). Tampoco puedo comer sin sentirme exageradamente inflada ni caminar dos cuadras sin pedir en silencio un galón de oxígeno, por favor.
Sumado a todo esto, mi primer hijo, que acaba de cumplir 3 años, ve amenazado su imperio. Como reacción, ha desarrollado una conducta subversiva (para tener una idea visualicen a Elmer El Gruñón). Lo lamentable es que cada vez su engreimiento es peor y mi paciencia, menor. Primero, comenzó con rebelarse contra el nido (las profesoras atribuyeron este acto anómalo en su comportamiento a la coyuntura del hogar, léase: la llegada de su hermana), luego contra la leche de las mañanas (esto, hasta que – gracias hermanos Wachoski- vio Meteoro y se dio cuenta que su héroe piloto celebraba la victoria brindando con una botella de este líquido cremoso). Tampoco quiere bañarse (llevarlo a la tina es una lucha de todos los días) y ahora, a veces, no le da la gana de que yo me le acerque. Me bota del cuarto llamando a su nana (ese es un post aparte).
Mis reacciones ante las situaciones arriba comentadas fluctúan desde la ira hasta el llanto incontenible (cortesía, una vez más de mi desajuste hormonal). Cuando siento que estoy más que cansada, que son todos los días después de una simpática rutina que incluye – en el siguiente orden- :a) pasar casi 8 horas frente a una Mac, b) llegar a casa a jugar con él/ bañarlo/ (o en casos extremos) c) darle de comer; generalmente pierdo la cabeza. Imagino que la próxima vez tomaré una dirección distinta y me perderé en el camino de regreso a casa. O imagino que tengo alguna excusa para realmente no volver. Nunca pasa. Mi vida gira en torno a esa oficina de San Isidro y a la casa donde mis padres todavía, algunas veces, me dicen qué hacer.
Y como si todo esto no bastara, mi novio –que, en nombre del amor, está viviendo bajo el mismo techo que mis progenitores y yo- a veces, como todo ser humano común y corriente, necesita aire. Le provoca salir, pues. Y muchas de esas veces, salir conmigo. Es en esos momentos cuando quisiera que los espíritus del mal transformaran este cuerpo decadente… o que las bebidas energéticas no estuvieran vetadas dentro del consumo de una embarazada.

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