sábado, 4 de octubre de 2008

El bosque de las hadas





Mi novio, J, nació y se crió en un lugar mágico. Cuenta que de niño fue jugador de futbol, cazador de lagartijas, nadador olímpico, atleta, pandillero, marinero, aventurero y todo en ese lugar. En ese mismo lugar caminamos la primera noche que nos conocimos y casi nos damos la mano. Allí me voy a casar.

Hoy fuimos a jugar a ese parque gigante, amarillo, lleno de vida. Llevamos a H. H corrió, rodó, cruzó acequias, vio como un barco de hoja navegaba por el agua, trepó colinas y rio. Mientras lo veíamos sortear obstáculos (árboles) o soplar dientes de león, J sabiamente me dijo: las diversiones de un parque, para un niño son infinitas. Y eso no fue todo: cuando descubrimos sus posibilidades sin fin, nosotros regresamos a la edad de H. Nos trepamos en la campana, demostramos habilidades en el pasamanos, posamos juntos para la eternidad del papel fotográfico sobre unas llantas. Fuimos otra vez niños. Recogimos los recuerdos almacenados en nuestra memoria, los despertamos y regresamos a esa edad en la que todo es una posibilidad, donde no hay reglas ni límites. Donde la libertad se traduce en correr sin parar, donde todavía no miras hacia adelante, y hacia atrás solo encuentras un poco de magia.

Ese parque es especial. Imagino que mis hjijos ya contarán y escribirán su propia historia en esos árboles. En ese césped.