Me corté la leche, al fin. La verdad es que A ni siquiera ha cumplido los dos meses. Y cuando escribo esto me siento culpable, como cuando decidí hacerlo. Pero egoísta hay que ser de vez en cuando y ese asunto de tener que drenarme cada 4 horas y depositar fluido materno para alimentar a mi hija, me tenía loca. De mal humor, irritada, todo mal. Así que a sabiendas de que le quitaba inmunidad a mi neonata, la corté. Y el proceso fue por demás doloroso.
Seguí las indicaciones del doctor y le di de lactar, saqué la leche de mi organismo, tomé mi dosis de pastillas y me vendé como Gwyneth Paltrow en Shakespare in love y salí a emborracharme. Yupiii. La pesadilla comenzó en la madrugada cuando sentía que iba a explotar. Tenía un dolor que no desaparecía y la teta izquierda había tomado dimensiones impredecibles. Todo el día pasé igual hasta que mi estoicismo no daba para más y llamé al doctor a decirle que algo andaba mal. Mi pesimismo arrojaba de diagnóstico: mastitis. El doctor me dijo que tenía que sacarme toda la leche y que seguramente no lo había hecho bien en un comienzo. Así que lo hice de nuevo y la sonrisa volvió a mi rostro ( el dolor inicial me obligó a pensar que estaba sufriendo algún tipo de castigo divino por decidir no dar de lactar más a la cría). De esto hace más de una semana y justamente hace una semana que A duerme de corrido hasta las 7 y 30 de la mañana.
Mi vida está en camino a ser recuperada.