martes, 17 de junio de 2008

El baby shower





Créanme, no es que sea una malagradecida ni mucho menos. Simplemente creo que soy una de esas personas que no nació para esta clase de eventos. Aún así y porque tengo una madre amorosa y mucha gente que la aprecia, he experimentado dos. El de H marcó records sin precedentes. Creo que fueron más de 100 personas, nunca lo olvidaré. Era un día de verano, con una temperatura altísima, yo, con una barriga gigante y unos bochornos insoportables y una dinámica que incluía la apertura de un centenar de regalos para mi primogénito. El asunto es así ( si ya sé que todas lo han vivido): alguien se presta para pasarle uno a uno los regalos a la madre gestante. Ella tiene que ir abriéndolos uno a uno, buscar entre el público presente a la dueña del regalo, que, al mismo tiempo, está esperando una conexión visual con quien la recibe y se identifica a través de una sonrisa o una levantada de mano o un : !ese es mío!; abrirlo - con o sin paciencia- sin duda agradecer con un gesto o soltar la frase: qué lindo, y esperar a que el coro de presentes responda similar y onomatopeyicamente con un : oh, ay, uh ( y sinnúmero de versiones de connotación conmovedora) .. y así hasta que se terminen de abrir TODOS los regalos. Es de locos, la exigencia física y emocional que requiere esa tarea. Uno tiene que ir preparada para atravesar airosamente dicha actividad 100% femenina. (Por que sino fue idea de nosotras, ¿de quién más?)
Cuando me enteré que llegaba A, rechacé enfáticamente tener que pasar de nuevo por ese trauma. A pesar que no puedo negar que el primer baby shower fue de muchísima ayuda y de saber que esta vez sería igual. En realidad, hasta hace unas semanas, no tenía nada ( Por eso, y para que no me tilden de desgraciada, agradezco a todas las que fueron esta vez por el esfuerzo y los presentes, en verdad estuvieron excelentes). Pero como algunas sabrán o pocas, mi disposición para esta clase de eventos es nula. Aún así, mi madre - una vez más, gracias infinitas- se puso las pilas en la que debería ser su nueva profesión (R: todo fue un éxito) y con la gran ayuda de ni futura suegra ( excelente, J) y mi gran amiga de la vida, armaron en pocas semanas un baby shower para mi nueva bebé. Yo ese día estaba enfermísima, es más: no había ido a trabajar, pero me puse una de mis mejores tenidas y llegué. Todo estaba lindo, con adornos decorativos y temáticos (chupones, etc), toldos y demás( me sorprendió la producción) y además llegó muchísima gente que me dio una lección: ya no puedo ser la indiferente, incumplida que soy. Osea, fueron mis amigas de la promoción a las que casi nunca veo.... ( yo no haría eso). En resumen, sobreviví, estuve con gente que no veía hace mucho tiempo, reí.
Los regalos, muchos, me encantaron. Claro, como espero hija mujer, repito lo que me salió esa tarde: vestirá de Strawberry Fields, forever (literalmente).

miércoles, 11 de junio de 2008

Y ahora, ¿quién podrá defenderme?


Manejo la siguiente teoría: la fragilidad de un niño lo convierte en un ser vulnerable y en un potencial adulto afectado. Osea, siempre he tenido la idea de que todos nosotros somos como somos gracias a un trauma infantil. Nuestros grandes rollos, nuestros miedos, las angustias, las fobias, todas se derivan de nuestra época más tierna, aquella que recordamos en fotos que ya se están despintando. Y no atribuyo las causas de todo esto a traumas severos. No, no hablo de padres abusivos, vejaciones ni nada de esa clase de cosas y que obviamente dejan secuelas graves en el espirítu de un niño: me refiero a que, otra vez, indico que es mi teoría; a que cuando uno es pequeño, el que mamá llegue tarde cuando la esperas, o una simple comparación con el hermano menor, o una subida de voz de papá en una tarde de especial vulnerabilidad puede ser determinante para marcarnos. Marcar nuestra conducta, nuestra personalidad. ¡Estoy segurísima de ello! Creo en mi caso que definitivamente algo me tuvo que pasar de niña para haberme convertido en lo que hoy soy: una madre que se angustia, que quiere ser la mejor, que no se perdona por estar ausente (ojo, en el trabajo), la mayor parte del día. Y mi gran temor es equivocarme con H, sentirlo tan emocionalmente frágil, una víctima perfecta ante cualquier error. Y que luego, años más tarde, me ande preguntando por ahí: ¿en qué me equivoqué? O ,
mirando al cielo, ¿Qué hice mal? Porque muchos de nosotros no nos damos cuenta de qué fue aquello que determinó que nuestros hijos se conviertan en las personas que son. Y ante esto, solo me queda pensar en la inmensa complejidad de la paternidad, la increíble responsabilidad de ser una persona coherente, libre de miedos, observadora, enfermera, acompañante... mamá en la máxima expresión.
Y esta verdad que llevo a la exageración es como mi karma, mi cruz, mi móvil, lo que determina mi modus operandi. !Qué presión! ¿no? Quizás es la necesidad de que H no pase lo que yo: que sea un niño que no le tenga miedo a la noche (hasta los 14 años), que establezca relaciones sanas, que no se caracterice por dudar ante cualquier decisión (digo cualquiera porque a mi me cuesta hasta decidir a dónde ir a comer un domingo por la tarde). Sí ya sé que no son cosas graves ni determinantes pero, como toda madre, quiero darle todo lo que una no tuvo. Es decir, una mamá que no se vaya todas las mañanas temprano y regrese tarde. Pero, ¿qué clase de utopía quiero comprarle? J, me dice que todos los niños pasamos por lo mismo, que son esas cosas las que nos hacen fuertes, las que nos ayudan a madurar, a crecer. ¿Por qué entonces mi necesidad y necedad de mantenerlo en una caja de cristal, libre de penas y llantos? Quizás porque siento que de por sí mucho es lo que tiene que procesar: la ausencia de su padre- con apariciones fantasmales-, vivir en casa de los abuelos los primeros y más importantes años de su vida, la llegada de J, la pronta venida de su hermanita, ufff.. Yo me estresaría y claro, que lo estreso a él.
Así que fui a ver a una psicóloga en plan de encontrar orientación para estas semanas en las que la llegada de A, la nueva niña, es inminente ( recién la he visto una vez y ya tengo miedo de que me inocule nuevos temores, pero esto lo hablaré en un post aparte). En resumen, no sé si todas las madres gestantes tienen las mismas dudas, necesitan el mismo apoyo o simplemente son más relajadas que este ser humano que les habla. En realidad, no saben cómo me gustaría desprenderme de este saco de dudas y miedos, echarme a esperar tranquila lo que venga y confiar en mi fortaleza. Pero no soy así. Soy de las que escriben lo que sienten, lo comparten y esperan una respuesta de cualquiera (¡cualquiera que se sienta igual!) para no sentirme tan equivocada o traumada. No lo sé, no sé cuándo podré vencer esta maquinaria extraña que gobierna mi psiquis, pero al menos me tranquiliza saber que tengo las mejores intenciones de ser una buena madre.

lunes, 2 de junio de 2008

Domingo de diversiones


Hay días en los que me gustaría comprar paciencia. O hundirme en las sábanas de mi cama, estar tirada en pijama y no tener que lidiar con nada (salvo con la complejidad de mi control remoto). Hay días que me levanto y sé que serán difíciles, porque conozco esos ánimos, me huelo, me presiento. Además porque cualquier excusa es potencial causal de derramamientos de lágrimas. Ayer domingo fue ese día. Comenzó a las 7 y 45 am cuando H gritó mamá. A esa hora hay que preparle la leche, estar en su cuarto, jugar ver tele y por demás actividades distractorias. (No hay lugar a que regrese a mi cama a descansar). Luego pensando en este rollo que arrastro (cómo voy a ser una buena madre con dos hijos, tengo que darle más calidad de tiempo a H), me pongo a pensar cuál sería el plan ideal del domingo. Pienso, Cieneguilla. Juegos, sol, campo, pollo y papas fritas. Al mediodía, cuando J se terminó de levantar, salio la petit caravana, cantando en el carro, conversando sobre la carretera (previa parada a comprar una cometa), hasta que encontramos el lugar ideal: - si nunca han ido, es altamente recomendable- el rancho aventura park ( o como sea). A su lado, la granja villa es chancay. Tiene gusanito, carros, lagunita, casa de terror, show infantil, sillas voladoras.. A todo dar. Pero H, apenas llegamos, fue presa de un trance: simplemente no quería estar en ese lugar ( creánme que cualquier niño en su sano juicio daría lo que fuera por estar ahí, es más: había una centena de ellos). H, nada. Ni un solo juego, solo se limitaba a hacer sonidos extraños (que detesto), como si estuviera balbuceando. Así que perdí la cabeza, la paciencia y me puse a llorar desconsoladamente. J, quería castigarlo a como de lugar, salimos de ahí, emprendimos camino de vuelta a casa, es decir un nube negra se apoderó de nuestras cabezas. En medio de este llanto inusual, logré comunicarle a J que yo quería mi día familiar, que quería mi día soleado en el campo, que porqué teníamos que regresarnos. Así que media vuelta. El aventura park al menos me daría mi medio pollo con papas. H, después de almorzar, regresó de la nave que lo abdujo y volvió a ser el niño hermoso que tengo por hijo. Subió a todos los juegos, rió,compartió con J, hasta hizo siesta en el camino de regreso. Yo, estaba molida. Física y emocionalmente. Y todavía me falta llegar a casa, bañar a H, convencerlo de comer, hacerlo dormir (obviamente como no tenía ya paciencia, a los 20 minutos que el niño no dormía yo hacía catarsis interna, volvía a llorar, quería dormir o desaparecer, lo que hubiese podido ser más rápido para mí. A pesar de mis deseos de escapar por la ventana, tuve que bancarme igual que H se resistiera al sueño ( si yo no lo hacía dormir, ¿quién?) y además cuando acabé, reinvindicarme por mi mal humor y aceptar acompañar a J al cine (obvio, el pobre necesitaba salir). Cuando llegué del cine y dije !por fin!, me engañaba. H se despertó como 4 veces en la madrugada.
A las 6 y 50 de hoy sonó mi despertador. Me avisaba: otro día llegó. Y en silencio, sin que nadie me escuche, pedía porque sea más fácil o que alguien me regale un poco de su buen humor.